Parece oportunista que abra una página en esta revista con este tema, ahora que el Ayuntamiento de Pamplona va a hacer un catálogo de todas las esculturas públicas que existen en la ciudad. La verdad es que desde hace bastantes años estoy fotografiando las esculturas de calle, y tengo las fotos amontonadas en una caja de cartón con la intención de hacer algún día una especie de catálogo.
Desde luego mi intención era y es muy diferente de la del Ayuntamiento
En primer lugar, siempre me ha molestado que al pie de las esculturas se tiene la mala costumbre de no poner ni el título de la obra, ni el nombre del autor, ni el material con que se ha realizado. Así no se puede hacer el seguimiento de la evolución de un artista. Realizar esta colección de fotografías no tenía el interés de dar a conocer al público algunos datos que se niegan por la indolencia de acompañar la escultura con alguna placa informativa, sino que tenía la misión de servir para mi colección y aprendizaje. Quise comparar la estética de la escultura de calle con la estética de mis esculturas, y demostrarme si las mías tienen suficiente nivel, ya que la posibilidad de hacerlas grandes es sumamente fácil. Mis obras están dibujadas en autocad y para redoblar el tamaño de las piezas me basta con activar la casilla de escala.
En segundo lugar, hay algunas esculturas de calle que no se sabe a qué obedece su colocación. Para mí, una escultura pública es a la ciudad lo que un jarrón o un adorno es a una casa particular. Nadie pone en su casa una probeta de laboratorio, una llave inglesa o unas tijeras de podar como adorno, a no ser que sostengan con el ambiente y la habitación una complicidad de algún tipo. Sin embargo, en la ciudad, en aras de la modernidad, colocan con actitud pedante cualquier cosa, aunque no adorne. Puede ser una obra muy importante para el arte y para la historia del arte, pero ello no conlleva que deba serlo también para el conjunto estético de la ciudad.
En tercer lugar, esta página no recoge todas las esculturas de Pamplona, ni sólo las esculturas de esta ciudad. Comencé fotografiando las esculturas a pie de carretera y luego todas aquellas que me interesaban. No sólo fotografié las de Navarra sino también las de San Sebastián, Vitoria y Bilbao. Comparé las obras de Vitoria y Pamplona y entendí que ésta salía perdiendo.
Esta página no es un mero catálogo. Colocaré opiniones personales y me mojaré en los comentarios. No soy ninguna autoridad para dar lecciones pero dado que las autoridades artísticas siempre guardan silencio y nunca se mojan, alguien tiene que enseñar el bañador, aunque haga mal efecto la piel sin broncear.

Este es el primer capítulo que abordo referente a la escultura de calle. Por ser el primero, quiero precisar qué es para mi la escultura de calle. Ya he mencionado en el recuadro anterior que una escultura es a una ciudad lo que otra escultura, pintura o jarrón es a una casa particular. Ese es para mí el sentido de ese tipo de escultura: ese toque personal en la ciudad que debe agradar al ciudadano, por lo menos a gran parte de la ciudadanía. Eso no quiere decir, ni mucho menos, que la escultura de calle debe ser figurativa. No tiene por qué. Pero tanto en figuración o en abstracción la escultura debe encontrar su pretexto en el entorno que rige.
A estas alturas, según se puede comprobar en buena parte de esta web, es ocioso decir que para mí Jorge Oteiza ha sido el artista más importante del siglo anterior. Y lo digo con todo el convencimiento y con las reflexiones que han salido en algunas de las explicaciones de mi obra. No es por pedantería o por moda, ya que ahora parece bien elevar a su justo lugar a este artista. Yo sé que es el artista más importante de la última mitad del siglo xx después de leer y meditar su libro Quousque tandem. Más importante incluso que Richard Serra, que Beuys, que Oppenheim, Pomodoro, Bourgoise, etc,etc,etc,... y, por supuesto, que Chillida. Mientras éstos aparecen en los libros de arte, Oteiza ha permanecido hasta ahora en el injusto olvido. He dicho que es más importante, aunque en arte el término más no existe. El arte no es cuantitativo sino cualitativo. Por ello ningún artista es imprescindible pero todos son necesarios. Sin embargo, aún sabiendo esto, podría considerarse que Oteiza, sin ser imprescindible, ha sido el autor que más ha aportado al arte por esa visión científica que tiene de él y que se solapa con la estética. Lo que dijo Chillida, lo dijeron muchos otros, porque su valor fundamental es elevar el tamaño de las esculturas, la descontextualización del objeto mediante el tamaño, que ya he mencionado en mi teoría del arte. Lo hizo Oldenbourg, Robert Morris, Robert Smithson, etc... Lo que hizo Oteiza sólo lo hizo él, porque sólo se podía hacer y decir una sola vez. Porque con una vez que se dijera era para siempre. Muchos, y entre ellos algunos desorientados críticos de arte, ven similitudes entre Oteiza y Chillida. Nada más equivocado entre artistas tan contrarios. A parte de nacer en el País Vasco y utilizar con asiduidad el acero, no tienen nada en común, a no ser que el segundo imitara al primero. El primero es racional, no improvisa, crea desde la teoría y sus obras están concebidas para explicar una teoría global. El segundo es emocional, improvisa sobre la marcha y no sostiene ninguna teoría. Algunas obras se parecen a las de Oteiza pero son remedos estéticos sin teoría en la que sustentarse. Reconozco haber leido poco de Chillida. He visto en su museo de Hernani, en los vídeos, su manera de trabajar y de crear, y no tiene nada que ver con la de Oteiza. Ahora que en Bilbao se ha recreado La desocupación de la esfera en un tamaño exagerado, puede que alguien poco instruido en arte vea entre esta obra y El peine de los vientos de Chillida una afinidad. Nada más equivocado. Cómo llega a La desocupación de la esfera en 1958 desde El par móvil de 1956, pasando por una docena de obras que las conectan en ese tiempo de diferencia, es un ejercicio intensivo de estudio metódico del arte, de reflexión racional y progresiva, desde una obra hasta otra. Cómo llega Chillida en 1977 a realizar El peine del viento, no tiene nada que ver con esa investigación metódica de Oteiza. La obra de Chillida es un prisma gigante al que se le ha realizado en la mitad de él dos cortes longitudinales, librando cuatro prismas más pequeños, que después se han retorcido arbitrariamente. (Vean la manera de trabajar en algunas obras más pequeñas que se muestran en los vídeos del museo Chillida leku). Por el contrario, Oteriza no llegó a esa fase por casualidad, por experimentación manual, sino por concepción intelectual.
Aclaro y manifiesto mi más completa admiración por el artista de Orio porque voy a hacer un ataque directo a la idea de colocar por toda Pamplona obras de Oteiza que resultan incomprensibles para el ojo y para el entendimiento del viandante. Eso no significa, es evidente a estas alturas, un ataque a la obra de Oteiza. Lo que este artista se merece es un sitio oficial en las enciclopedias, que hasta hace poco se le ha negado. También merece que sus obras adornen nuestras ciudades, pero desde luego tiene obras mucho menos importantes que adornan más y acercan mejor al espectador hacia su obra y persona, que esas otras, incomprensibles a un solo golpe de vista que quitan la curiosidad al espectador de conocer la obra de este autor.
Alguien debe saber que hay obras para estar en una enciclopedia y hay obras para ornamentar las calles. Oteiza tiene los dos tipos. No sé por qué se empeñan en mostrarnos las menos oportunas. Es como aumentar la vajilla de una casa con probetas, alambiques y retortas y tener el laboratorio lleno de vasos, perolas y platos hondos.

A mí, personalmente, me han gustado siempre mucho las primeras obras figurativas que realizó Oteiza, como Adán y Eva o Figura comprendiendo políticamente. Las vi en San Sebastián, en una exposición en el Cubo. Están llenas de ternura, una ternura que ya no se verá después en la obra del artista. No sé por qué me recordaron a las obras de Marga Gil Roësset, artista que se suicidó con 24 años de edad, con algún problema psiquiátrico e intensamente enamorada del poeta Juan Ramón Jiménez, casado y bastante mayor que ella.
Pero Oteiza, como él bien dijo, "no fue el artista que podía haber sido, sino el que debía ser" y en esa reflexión metódica del arte, en esa investigación, no había lugar para la ternura.
La primera vez de la reiteradas veces que he acudido al monasterio de Aránzazu, me decepcionó un poco la obra de Oteiza. Por contra, me quedé alucinado con el retablo de Lucio Muñoz. Fue ver de un golpe todo el paisaje que paulatinamente había contemplado en el viaje. Fue ver el monasterio desde el vacío del abismo que queda en el lado derecho de la ladera. Impresionante obra, muy apreciada para mi gusto. Sin embargo, la obra de Oteiza me decepcionó, sin entender en aquel entonces, que "era el artista que debía ser" . Era el científico del arte, donde la materia no tenía el fin estético inmediato, sino que estaba relegada a la comprensión de la investigación estética del arte, no de la forma, sino del arte en su totalidad, en su conjunto y en su evolución histórica. Oteiza tiene bellas formas, pero son hermosas contempladas racionalmente y no emocionalmente. Son intensamente bellas casi todas sus maclas, sus cajas vacías, sobre todo la experimentación final que sirve de referencia posterior, y la desocupación de la esfera también lo es. No es necesario que los procesos anteriores sean bellos porque es un proceso de investigación, como no es necesario que un dibujo o boceto que realiza para afirmar sus ideas sea estéticamente impecable.
Ahí voy. No considero que Unidad triple liviana sea una obra de adorno, sino que es una obra de investigación muy importante que no tiene, a mi parecer, importancia estética, sino que tiene importancia científico-artística. Es para colocarla en un museo, complementada con las respectivas explicaciones que hagan posible entenderla. Qué paseante que se acerca a la plaza del Castillo la mira y entiende su significado. Ni siquiera aquellos que tienen conocimientos de arte se pararían a meditar sobre ella. Esa obra es una obra de museo y no es una obra de exposición pública.
Oteiza tiene muchas obras hermosas, no para ocupar cualquier rincón de la ciudad, sino cualquier centro. Cualquiera de sus maclas y muchas tizas de su laboratorio cumplirían esa misión, ya se realizaran suficientemente grandes, como la moda actual lo exige, o a menor tamaño. Al respecto, recuerdo la Desocupación de la esfera, que preside una de las avenidas importantes de Bilbao, o una macla descomunal que ocupa la totalidad de una glorieta en Vitoria.
Unidad triple liviana, ubicada en una esquina de la plaza del Castillo, es una obra de complicada experimentación espacial. Viene a ser un cilindro desocupado por tres niveles de hiperboloides. Oteiza comparó el hiperboloide como una manzana comida hasta su corazón. Qué viandante mira la escultura y ve de un solo golpe de vista esa compleja teoría que tanta intuición costó al artista de Orio. Unida liviana es para contemplarla en silencio, con calma y junto a obras inmediatas, como los condensadores de luz, que ayudan a comprender el inicio de su teoría. En mi opinión, jamás debería ser utilizada para adornar una plaza.

Adán y Eva. 1931
Figura comprendiendo políticamente. 1935
Hombre retorcido. 1924 Marga Gil Roësett
El Coreano y Unidad triple liviana, ambas de 1950
la Tierra y la Luna 1955
Ejemplo de maclas. 1958
desocupación de la esfera.1957

El espectador que vea estas maclas, aunque no entienda de arte, aunque no sepa quién es Oteiza, entenderá en ellas una armonía, una unión de fuerzas compensadas, una simulación arquitectónica hecha escultura. En el segundo caso, si el espectador no es capaz de percibir una pizca de estética, al menos percibirá una sensación de movimiento que no le dejará indiferente, gracias al poder dinámico de la línea curva y a la repetición de elementos iguales o muy parecidos. (Efecto de la sugestión del movimiento estático que se desprende de las unidades seriadas de repetición, asunto que ya abordé en mi libro El Espacio y el Tiempo en el Arte). El espectador no sabrá por qué le sugiere movimiento, pero percibirá ese movimiento por mucho que pueda decir con ignorancia que son cuatro hierros. Y el hecho de percibir ese movimiento le hará intuir, sin duda, que esa obra tiene algo.
Estas obras no figurativas tal vez sí pueden ser elementos compatibles para un espectador poco instruido en arte contemporáneo, aunque seguramente preferirá el arte figurativo. O podríamos escoger bastantes más de su laboratorio de tizas. Pero colocar Unidad triple liviana como adorno de una ciudad, me parece una pedantería, es decir alarde afectado de erudición. Todos sabemos que Oteiza se merece eso y mucho más, pero nosotros, los espectadores de a pie, no nos merecemos algo así. Los que tenemos algún conocimiento de arte, consideramos que es más apropiado ver esa escultura en un museo o en un libro, porque en su realidad tridimensional al aire libre no nos va a decir más cosas que las que nos dice su foto. Es una imagen de contenido, donde lo que prima es lo que dice. Posiblemente nos diga menos porque no suele ser muy oportuno acompañarlas de explicación en plena calle. A los que no entienden de arte (Yo considero que todo el mundo entiende de arte por naturaleza y son esta élite de "apropiacionistas" los que nos quieren hacer creer, para su beneficio, que es algo críptico y que hay que nacer con el don para entenderlo, cuando realmente es todo lo contrario porque todos nacemos con ese don), los aleja sin duda de meditar sobre el arte. Les hace pensar que es cosa de excéntricos, de obsesionados o de locos, o que es algo inaccesible para ellos..
Hay esculturas para ser miradas y esculturas para ser meditadas. La escultura de calle debe ser formal, debe recrearse en la forma, debe ser mirada, debe trasmitir que al natural gana mucho más. Miren las esculturas que adornan el techo de Madrid, vean el león de hormigón que otea Bilbao desde lo alto de un viejo edificio o contemplen el retablo de Lucio Muñoz en directo y entenderán que no es lo mismo. No sólo entenderán que no es lo mismo, sino que "sentirán" que no es lo mismo.
Cuando estaba escribiendo esto, tuve que pasearme por la plaza del Castillo para asegurarme de que no habían quitado la escultura de Oteiza, de lo inadvertida que es. Y es que no es una escultura para se mirada, sino para ser meditada. Lo mismo que su autor: admirado y meditado.

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